Sin la naturaleza no somos nada. Hay que devolver a la naturaleza lo que le quitamos. La mejor forma de perpetuar la especie del toro bravo es respetarlo, cuidarlo, amarlo y llegado el momento, ofrecer su sacrificio a los dioses en un ruedo de pasión y amor hacia un animal noble y bravo. El coraje debe vencer al miedo del torero y dar lo mejor de sí mismo para no matar en vano a un animal sagrado. El reconocimiento del público se gana con triunfos. La gloria. Alcanzar el techo de un hábitat iracundo que reside en la copa de los árboles más fuertes del campo. Cicatrices de cornadas de ley es el precio que hay que pagar para convertirse en una figura del toreo. Un peaje para viajar a un mundo al alcance de unos pocos elegidos. La tradición y la costumbre, de generación en generación, hace pervivir un arte sin igual. El arte del toreo. Construir una faena que alumbre al respetable y que enorgullezca al ganadero. Que trasmita lo suficiente como para desear volver a repetir la hazaña. Algunos morirán en su intento por redimir la esencia de un espectáculo primitivo y salvaje desde un punto de vista honorable. Desde una mentalidad abierta y positiva, más beneficiosa y que hace perdurar una forma de vida de la que hay que tomar ejemplo y que suele ser abortada y vilipendiada como todo aquello que no reporta beneficio espiritual. La lucha de la tauromaquia es vencer al monstruo económico que domina esta sociedad. Hay que dar un vuelco a la idiosincrasia y a la mentalidad que poco a poco, merma el origen de la naturaleza. En la naturaleza hay vida y hay muerte. Pero hay armonía. Hay respeto. Hay una simbiosis mística entre el hombre y la naturaleza. Están adaptados a vivir en un medio apartado de la sociedad. Y perviven plantas y animales. Conviven los unos con los otros. En el mundo del toro se puede vivir de esta manera. Supone una balanza. De la misma forma que mueren animales, otros nacen en ese instante. Se desarrollan en un hábitat natural de paz en el campo. Coexisten especies diferentes. Se reproducen con exitosa finalidad. La de mejorar su especie, la de procrear y la de convertirse en reyes de la dehesa. Por otra parte, se culmina toda la vorágine taurómaca en una tarde en la que el arte se hace presente y se hace gala de honestidad, valor, sacrificio y musicalidad. Hay poesía, hay pintura pero sobre todo, hay verdad. La vida y la muerte. La gloria y el fracaso se ciernen sobre un público que debe apreciar lo que observa pues está debilitado no por los antitaurinos ni por los defensores de los animales que desconocen el origen de este arte, que comen jamón o pescado obviando la muerte y justificando ésta a través de la necesidad de injerir alimentos. Alimenta tu cuerpo al igual que tu mente, aconsejo yo. Más sufre la vaca estabulada que no ve la luz de un amanecer en el campo bravo y que no recibe las caricias de un mayoral enamorado de un animal que vive gracias al toreo. El toro bravo.
martes, 26 de julio de 2011
miércoles, 20 de julio de 2011
Luís de Pauloba
Luís Ortiz Valladares, más conocido como Luís de Pauloba, nació en Aznalcóllar (Sevilla), en el año 1971. Debutó sin picadores en público en el año 1987. En el año 1989 debuta con picadores. En el año 1990 debuta en Las Ventas. En el año 1991 sufre una fuerte cornada en Cuenca de la cual se recupera milagrosamente y en un lapso de tiempo muy corto, prueba de ello fue su alternativa a los dos años, en 1993, en La Real Maestranza de Sevilla. Cuentan que Paco Camino tuvo un encuentro con él en una venta y le dijo: -Pauloba, eres el que más te pareces a mí de los que hay ahora. Mete la espada que te vas a poner rico-. Hay fue donde Luís de Pauloba continuó explorando los caminos de pureza que un día recorrió Paco Camino.
Luís de Pauloba podría haber sido cualquier cosa. Podría haberse dedicado a lo que quisiera si hubiese nacido en otros tiempos o en otro lugar, debido a la mente privilegiada que posee, pero decidió ser torero porque lo lleva dentro. Su carrera ha estado marcada por el reconocimiento del verdadero aficionado pero por la dificultad de no poder torear en el sitio que se merecía ni con las condiciones que deberían. Como decía, gracias a esa mente, esa psicología de otra época, casi oriental, pudo reponerse de la fuerte cornada sufrida en el año 1991. Lo primero que hizo cuando medio se recuperó fue correr detrás de una vaca en cuanto pudo para torearla y a los dos años tomó la alternativa. Noches de luna llena, tardes de toreo jondo, de capote sublime, puro, añejo. De muleta de arte, sin florituras innecesarias, sin tremendismo. Tres o cuatro cortijos debería tener si la espada hubiese entrado dicen por ahí. Un torero de arte toreando corridas descomunales, fuera de tipo, propia de gladiadores o toreros sin clase ninguna. Y él, fiel a su concepto. Es torero desde que se levanta hasta que se acuesta. Es torero vistiéndose por la mañana para llevar a Paula, su hija, al colegio, y para ir a ver a su madre, para hablar por teléfono o para colocarse el cuello de la camisa. Es torero para saludar a cualquiera que se le cruce. Para tratarlo como si fuera el más importante del mundo en ese momento, con una sonrisa siempre pese a que corran malos tiempos. Sencillo, humilde, con gracia andaluza. Igual que su toreo. “Se torea como se es” decía Belmonte. Las cabezas de toros disecadas en su salón imponen. No son Juan Pedros ni mucho menos. Son alimañas que fueron domadas y sometidas por el arte y las muñecas de Pauloba.
Su fiel mozo de espadas y amigo “kiko”, profesional de pies a cabeza que compagina su trabajo con el de mozo de espadas, lo conoce mejor que nadie. Ha sido testigo de sus días de gloria y de sus fracasos. Siempre ha estado ahí. A las duras y a las maduras. Hombre bonachón sin un pelo de tonto que tiene un corazón que no le cabe en el pecho, y mira que es grande.
Mi teoría es que el maestro Luis de Pauloba no necesita cortijos. Es rico espiritualmente. La olla de su casa está llena de sentimiento y de torería de la que puede alimentarse todo el que se quede a comer en su casa. Es un hombre que ha bordado el toreo a la luz de la luna y a la luz del sol. Ha hecho llorar a otro hombre que ha tenido la suerte de contemplar semejante espectáculo en el anonimato íntimo de los románticos del toreo. En su pueblo, con su gente, sin nadie que tenga que darle coba, sin periodistas nefastos o empresarios corruptos, allí donde se menciona su nombre se escucha: es un pedazo de torero y un pedazo de persona. Y esto es muy difícil. Porque personas buenas hay, y toreros buenos también, pero que conjuguen ambos atributos es complicado. Es una figura del toreo que ostenta el triunfo personal en su interior. El exterior es para los superficiales. Hay dos formas de triunfar en la vida. Hacia el interior y hacia el exterior. El triunfo de Luis de Pauloba se da cotidianamente cada día. Cada vez que habla, cada vez que actúa, cada vez que torea en el campo. La mejor recompensa que puede tener Luis de Pauloba es que en la memoria de los aficionados a los toros hay un hueco para él y su toreo. El arte no son cifras ni números. El arte es sentimiento, el arte son recuerdos. Son emociones. Y este torero ha emocionado, a puesto la piel de gallina al que lo ha visto, ha trasmitido felicidad, y eso señores, eso es la grandeza del toreo. Lo que perdura es el aroma. El perfume de azahar de un camino de pureza por el que pocos consiguen andar. Y Pauloba, lo ha recorrido varias veces de ida y de vuelta.
martes, 19 de julio de 2011
Revolución, evolución e involución...
La mayoría de los toreros han evolucionado la tauromaquia. La han perfeccionado. Pero solamente algunos elegidos la han revolucionado. Desde Juan Belmonte con su quietud, la cual cambió la concepción del toreo de la que han sido herederos Manolete o José Tomás, hasta Joselito el Gallo con su prolífica tauromaquia, en la que pueden encuadrarse toreros como el Juli entre otros. Por tanto, aquellos toreros que únicamente han recogido lo que otros han sembrado pero a una escala mayor, lo que han hecho es evolucionar. Por otra parte, en una clasificación a parte se encuentra Morante, que ha revolucionado la fiesta de una forma muy particular. Ha recogido el testigo de Belmonte, Gallito, Pepín Martín Vázquez, el Viti, Ordoñez y Rafael de Paula, adquiriendo lo mejor de cada uno de ellos y aplicando la tauromaquia de todos esos toreros que marcaron una época adaptándola a su forma de ser. En cierto modo, rescata lo añejo basado en la pureza bajo dosis de pellizco vanguardista, todo esto en una atmósfera de sentimiento. Finalmente, existe un tercer concepto. La involución. Se trata de desvirtuar las suertes del toreo. Ya sea mediante el uso de una técnica desmesurada, pasada de rosca o engañosa, forzando hasta más no poder los límites del toreo. Un ejemplo de esto sería lo que en Madrid llaman “torear con el pico de la muleta” y en Sevilla “pikiki”. O por citar otro ejemplo, podría decirse que se ha involucionado a la hora de ejecutar el toreo de capote, el cual muy pocos en la historia del toreo han sido capaces de manejar con acierto. El capote, ha de echarse adelante, enganchar delante la embestida del toro, para que el lance dure segundos. Segundos en plural. Porque casi todos los matadores, cuando torean a la verónica, se produce un visto y no visto. El animal pasa por allí sin saber ni de donde viene ni a donde va. Es un flash. Un parpadeo. Un clic de una cámara fotográfica. Otro ejemplo más de involución es la colocación del torero. Hoy día, tanto matadores como novilleros, tienden a poner la pata pa trás. Desvergüenza torera. La piernecita se pone delante señores. Como cambia la cosa. Y qué difícil es. Y que valor hay que tener. Pero claro, ese es un sitio donde sólo se ponen dos o tres y ahí es donde llegan las cornadas. Sí, esas que tienen en las piernas toreros como Paco Camino. Toreros que se veían andar por las calles y derrochaban respeto. Aquellos a los que se les veía de lejos y todo el mundo sabía que eran toreros. Esos seres que llevaban la elegancia tanto interior como exteriormente. Que guardaban las formas. Dentro y fuera de la plaza. Que se sentían toreros 24 horas al día 365 días al año. Esos que están en peligro de extinción debido a la involución de la tauromaquia. Hemos pasado de la revolución a la evolución y de la evolución a la involución.
jueves, 14 de julio de 2011
Paseíllo
Mirada perdida. Miedos. Inseguridad. La gloria bañada en suspiros. La incertidumbre puebla los rincones de un patio de cuadrillas que se torna asfixiante. El hedor de un público sediento. No hay libertad. Estoy preso en una cárcel circular que no admite espantadas. Preguntas y negación. De pronto una luz deja ver apenas un resquicio de madera roja. Una bocanada de aire fresco anuncia a mis pulmones que debo comenzar a andar. Pie derecho por delante. Suerte y al toro. Suenan clarines y timbales. El primero ya está aquí. El burladero sustituye el hombro de mi padre para consolarme. Las pulsaciones se disparan. Retumba el suelo. Salpica el albero. Apenas se nubla mi vista durante un corto lapso de tiempo. Mi mente, en cambio, está revolucionada a su máxima potencia. Se oyen murmullos de un tendido que aprecia el volumen de un toro con brío. Remata por abajo. ¡Toca, toca! ¡Que salgo!
viernes, 8 de julio de 2011
TARDE DE MIURAS
Una pequeña brisa que atisba tormenta azota mi mejilla sonrojada traspuesta. Semblante de una tarde de oscura tiniebla, de premoniciones toreras, de llantos, de rezos, de cielos e infiernos, de estampas oxidadas, de puros de viejos, de tiempos añejos, de fino bueno. De trampas y anzuelos, de pulcros sueldos. Zapatillas negras azulosas envueltas en betún; arenisca seca del albero maestrante dominguero. De pronto, suena el portón de los sustos y un miura salta al ruedo. Vente toro, toro ven. Remata y vuelve a tu ser, vuelve a correr por el redondel. Plumas de águila, pata de gallo, piel de gallina, ojos de gato, sangre de toro, petos rajados, astas y lodo, humo y cigarros; ojos entornados, bocas sangrientas, pelo alborotado, ganas de guerra. Toros bravos, puntillas y clavos, puyas, estoques, banderillas y tocados. Tarde de alimañas, leones y tigres, gladiadores, soldados, huérfanos y llantos; mirlos y vencejos, pájaros jilgueros, cornalón. ¡Un médico! Trapazos, quites, esfuerzo; ángeles, honor, fuerza, mérito.
martes, 5 de julio de 2011
Manzanares padre
Despaciosamente, con un toreo desgarrado, natural y profundo de genialidad, dejando un surco cada embestida el cornúpeto, cimbrean los cimientos de la tauromaquia al son de una música imperecedera y ancestral. Las manijas del arte sustituyen al tiempo para evocar un sublime letargo que acaricia la sapiencia. Las campanas redoblan orgullosas con su brío vibrante contemplando la faena de retazos de una época pasada que nos abre la herida del sentir flamenco y del quejío torero. Majestuoso, amaina su espada, vestido de oro despoja su trono de pasión, de alarde, de fuego, de aire. Arrebuja con temple hilvanando muleta y cornamenta que, unidas por un imán, evidencia la maestría en un palmo de terreno que no es más que un frío suelo de castiza devoción. Salpica alegre el cielo una lluvia de azahar de una nube pasajera que proclama tempestad. Que promete amor y brida a un caballo desbocado que no quiere caminar mientras alguien se empecina con la ofensa de guiar a un corcel que es dinamita que explosiona sin pensar más allá de la locura del toreo celestial. En unas pocas palabras, solo cabe decir, que Manzanares supone la despaciosidad profunda de un eterno letargo desgarrado.
(Dibujo: Diego Ramos)
domingo, 3 de julio de 2011
Lama de Góngora corta dos orejas en Zufre (semifinal de canal sur)
De profundidad va la cosa. En el fondo del mar, la gravedad y la despaciosidad es otra. La respiración contenida durante la inmersión que asfixia los pulmones para finalmente, llegar a la superficie y derrochar todo el aire aspirado previamente. Una vez en la orilla, se desparraman las pisadas bajo oles y ovaciones. Pisadas que dejan huella, físicamente, en la arena, espiritualmente, en el corazón. De toreo contante y sonante. Se acabaron las contemplaciones y la carne cruda. Ahora, en caliente, se ven las cosas de otra manera. No hay excusas. No hay recelo posible. No hay dos versiones de la película. No hay crítica malintencionada. Ahora sólo queda el silencio de los envidiosos y la locura de los aduladores. Ahora el traje es de oro y el toreo puro yodo que se evade en la profundidad del mar salubre, de la espuma de las olas que, con ayuda de la luna y de la corriente, con el impulso del aire, nos revuelca con su fuerza y nos inunda, nos ahoga y nos lleva donde sólo unos pocos pueden aguantar la respiración y contemplar el calibre del toreo de Lama de Góngora. Escribe muletazos para un libro que acaba de empezar cuyo primer capítulo ya evidencia, avisa y recalca la categoría de los posteriores. No me paro ha descubrir las conchas que me encontré durante la faena, ni a describir el mísero desahogo de un pelirrojo de ascendientes franceses que pegó un nuevo petardo esta vez no de luces, gracias a Dios, sino con gorra y cara de tonto. Lo mejor es obviarlo para que se quede en su casa viendo a Paco Lama en la final de las televisadas de canal sur dentro de poco.
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