domingo, 20 de noviembre de 2011

LA MIRADA DEL ARTE

La mirada del arte es una mirada especial, transgresora, inquieta, profunda y a la vez cercana. Es como la mirada de un niño. Es pura, es simple, es fácil y sencilla, graciosa. La curiosidad por conocer un mundo que está fuera del escaparate, al margen de las masas, al otro lado del río. Ese río lo custodia un barquero, el puente esta derruido y la única manera de cruzarlo es el arte. El arte de tirarse al río y no ahogarse, o de cruzar con una barca y que no se hunda, de que no te arrastre la corriente hacia un estanque en el cual se depositan todos aquellos que no sienten que hay un más allá. A la misma vez, el arte es una burbuja. Todo aquel que no lo comprenda no puede acceder a ella. Se respira diferente. Se piensa distinto. Se vive al límite. El tiempo se pasa rápido. La vida parece un minuto.  Lo superficial se desvanece en el arte. Se trata de una herida bastante honda de la que emana sangre, de la que brota hambre de sentir, de saber, de conocer. Se está expuesto a todo. Las dificultades se superan continuamente, los logros se evaporan en cuanto se consiguen a la espera del siguiente. Es una búsqueda constante; esa incomprensión de la mayoría o ese rechazo del “no artista” se repiten continuamente. El arte te brinda la oportunidad de no creerte nadie porque sabes lo ignorante que eres. Como decía Sócrates, la virtud reside en el conocimiento y a este se llega solamente siendo consciente de nuestra ignorancia. Admitiendo que somos unos ignorantes seremos capaces de aprender más cosas. El lenguaje de los artistas es un lenguaje no hablado, se siente, se percibe y solo a ráfagas se puede articular palabra o recibirla. Un artista admira cuanto ve, imagina mil posibilidades a través de un solo gesto o de una circunstancia aislada. Un artista se sonríe ante los problemas comunes y llora ante los sueños. Son inquilinos del mundo, a veces tan pequeño, otras tan grande.

                                                                                            Álvaro Gil

jueves, 3 de noviembre de 2011

MORANTE



Un torero consagrado a las Musas habita en el liceo de la tauromaquia. La unidad en la diversidad subsiste entre la locura aparente y la cordura intrínseca. El valor como telón de fondo propicia cercanías que se evaden por el arte. Es pellizco y maestría, es escuchar la música, bailar con el toro, pintar un esbozo en diez minutos con unos pocos trazos que resultan finitos en la realidad material pero eternos en el espíritu. Despliega un capote de altos vuelos que envuelven con mimo al burel en plenitud temperamental y de virgen condición. A veces estático, a veces dinámico, rememora con honra el pasado, lo hace suyo, se lo atribuye y lo comparte. La virtud abraza al talento, bien por exceso, bien por defecto. El olvido se apodera de lo trágico y el azar brinda con el destino en una copa vacía que rebosa inesperadamente como agua de un seco pozo que brota cual milagro. Culmina una faena irrepetible, efímera y de soberbia creación. Una multiplicidad de emociones y sentimientos abarrotan y desgarran, atraviesan y se escapan libres por la naturaleza por ser ésta el origen del caudal de sus muñecas.
                        
                                                                            ÁLVARO GIL DE LA CALLE